En 2018, en una pequeña cocina de apartamento en Bogotá, surgió Su Majestá El Cayeye, un emprendimiento gastronómico con una historia de tradiciones, lecciones aprendidas y resiliencia.
Mario Díaz Granados, junto a su familia, decidió rescatar un producto típico de la región bananera del Magdalena, el cayeye, para ofrecerlo a una comunidad que anhelaba un pedazo de su tierra en la capital colombiana.
Así, se inició un proyecto cargado de sabor y memoria, donde cada plato es un tributo a sus raíces y una respuesta a una crisis familiar que los unió en torno a una nueva oportunidad.
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Mario creció entre los sabores y aromas del Caribe colombiano, y el cayeye, un puré de banano verde, ocupaba un lugar especial en la mesa de su hogar.
«El cayeye surgió del rechazo. Los bananos que no podían ser exportados se desechaban, pero las comunidades cercanas los aprovechaban para alimentar a sus familias. Así, el banano verde, el cual no cumplía con los estándares de exportación, se convirtió en símbolo de lucha y creatividad en la región», comenta.
Con esa herencia en mente, Mario y su familia vieron una oportunidad de negocio y, más importante aún, una forma de reconectar a la comunidad caribeña residente en Bogotá con sus raíces culinarias.
Pero el trasfondo del origen de Su Majestá el Cayeye se remite a una coyuntura familiar adversa. Cuando el padre de Mario enfrentó una fuerte depresión debido al estrés laboral, toda la familia se volcó a su cuidado, enfrentando también la incertidumbre económica.
Fue en ese momento de dificultad cuando Mario, su hermana, su madre y su esposa encontraron en el plato típico samario una posibilidad de recuperación y unidad. «Estábamos los cinco juntos, compartiendo el mismo espacio y el mismo propósito», recuerda Mario. Con recursos limitados pero llenos de determinación, se lanzaron al mercado desde su apartamento, atendiendo pedidos a domicilio y apoyándose en redes sociales para dar a conocer el producto.
La familia, el motor del emprendimiento
El papel de cada miembro de la familia en Su Majestad ha sido fundamental. Mario, con formación en administración de negocios y vena emprendedora, es quien lidera el proyecto y gestiona las operaciones diarias.
Su madre y su esposa se encargan de materializar el concepto, aportado recetas tradicionales y experimentando con nuevas preparaciones como arepas, empanadas y patacones de banano verde. Su hermana, comunicadora social, fue la encargada inicial de manejar la cuenta de Instagram, vital para captar la atención de los primeros clientes en una época en la que las redes sociales aún no tenían el protagonismo de hoy en día.
Sin experiencia previa en el sector gastronómico, la familia tuvo que enfrentar retos únicos. Mario, con el entusiasmo propio de un emprendedor, se lanzó a liderar un equipo en el que todos, además de ser familia, eran sus colaboradores.
Al inicio, el reto era encontrar el equilibrio entre la cercanía familiar y las responsabilidades laborales. «Nos costó al principio entender que en el negocio no éramos simplemente madre e hijo, sino directora de operaciones y gerente», explica. Este aprendizaje fue clave para comenzar a profesionalizar su trabajo y establecer los roles de cada uno.
El primer éxito y la consolidación en redes
El inicio fue modesto, pero el entusiasmo familiar fue clave para impulsar el proyecto. El primer mes alcanzaron ventas de 1.5 millones de pesos, una señal de que el producto tenía un mercado potencial.
Sin embargo, Mario sabía que para crecer necesitaban profesionalizar su presencia en redes y consolidar su marca. Decidieron invertir en el diseño y en estrategias de contenido que reflejaran la esencia Caribe del proyecto.
A través de publicaciones que incluían anécdotas y humor típico de la costa, lograron conectar con el público y transmitir la autenticidad de Su Majestad El Cayeye.
Mario recuerda con humor cómo las primeras publicaciones eran, según él, «fotos que hoy dan vergüenza». Sin embargo, entiende que ese inicio sencillo fue necesario para conectar con sus clientes de manera genuina. «Si tu primer producto no da vergüenza, saliste muy tarde», afirma, haciendo referencia al valor de aprender en el camino y de mejorar continuamente.
Giros inesperados
«Su Majestá» comenzó a despegar y Mario decidió dejar su trabajo en una multinacional para dedicarse de lleno a al proyecto.
Recuerda que pasó de manejar un automóvil último modelo a recorrer Bogotá en transporte público para comprar bultos de guineo en las plazas de mercado.
Este cambio de vida fue radical, pero, para él, significó mucho más que un riesgo económico: era un acto de fe en su proyecto y en el futuro de su familia. Su esposa, María José, fue su apoyo incondicional en este proceso, y juntos decidieron apostar por una vida que, aunque llena de incertidumbre, les brindaba la libertad de construir algo propio.
«La experiencia de ser emprendedor, especialmente cuando se deja atrás una estabilidad laboral, fue un viaje lleno de desafíos y decisiones difíciles. Este camino no fue una excepción. Al principio, la idea de abandonar un empleo estable parecía arriesgada, pero pronto entendí que el emprendimiento es, en su esencia, una danza entre tomar riesgos y tener control sobre ellos», resalta.
Al dejar su trabajo, sabiendo que lo que estaba por delante implicaría una cantidad de esfuerzo mucho mayor, también se enfrentó a la posibilidad de una satisfacción mucho más profunda si lograba hacer que su negocio funcionara. «Emprender es dejar atrás la estabilidad, pero con una visión clara y controlando esos riesgos», destaca.
Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que la realidad del día a día de un emprendedor no siempre es tan clara y sencilla como se imagina en la teoría.
Las dificultades económicas personales no se hicieron esperar y la necesidad urgente de tomar decisiones en momentos de presión lo obligaron a reevaluar su enfoque.
Su Majestá El Cayeye vivió un proceso de reestructuración tras una crisis importante a finales de 2023. La situación fue tan crítica que la familia estuvo a punto de cerrar el negocio.
«Le había comunicado a todo el equipo que hasta el 30 de noviembre íbamos a operar, y si no había una solución, cerraríamos», recuerda. Sin embargo, lo que parecía el fin de su proyecto, se convirtió en una oportunidad para un renacer, y mucho de ese cambio fue gracias al apoyo de la comunidad que había creado alrededor de la marca.
A través de las redes sociales, Mario compartió la difícil situación con sus seguidores, y lo que parecía una despedida fue, en cambio, el inicio de una fase de reestructuración que permitió salvar el negocio.
En ese proceso, Mario fue consciente de que tenía que escuchar a su comunidad, a sus «cayeye lovers», como los llama.
El apoyo masivo y sincero de los clientes le permitió repensar la marca y sus decisiones. «La clave es construir una comunidad fiel, no simplemente tener clientes. Una comunidad que te entienda, que te apoye y que te dé retroalimentación constante», explica.
Con esta base comenzó la reconstrucción del negocio. Y lo que parecía un cierre, se convirtió en una reingeniería completa que permitió a «Su Majestá» no solo salvarse, sino mejorar.
Recomenzar
Para llevar a cabo este proceso de reestructuración, Mario contó con el apoyo de su familia, especialmente de su esposa, que desempeñó un papel fundamental en tomar las riendas del proceso.
Fue ella quien impulsó la idea de reducir la operación al mínimo posible, lo que permitió reorganizar los recursos y reestructurar la marca con un enfoque más centrado y organizado.
El proceso de ajuste no fue fácil, pero les permitió pasar de una situación de crisis a una de rentabilidad positiva, donde hoy en día la marca disfruta de una proyección muy prometedora. «Desde que comenzamos con la reestructuración en noviembre de 2023, hasta septiembre de 2024, no solo volvimos a números verdes, sino que logramos una rentabilidad positiva que nos permite seguir avanzando», comenta Mario con optimismo
En esta nueva etapa llegó también un nuevo local en el Parque de la 93, que marcó un punto de inflexión para la marca. Al buscar una ubicación más central y accesible, Mario y su equipo identificaron que el sector de Chapinero y la zona aledaña al Parque de la 93 era ideal, basándose en los datos históricos de los clientes que habían utilizado el servicio a domicilio.
Esta ubicación se convirtió en un punto de encuentro perfecto para los fieles seguidores de la marca, y además permitió captar la atención de nuevos clientes que se abrían a probar los productos. «Es un lugar estratégico que ha sido muy bien recibido por quienes ya nos conocían, pero también por quienes vienen a descubrirnos».
En cuanto al menú, Su Majestad El Cayeye ha sabido evolucionar con el tiempo, ajustando su oferta a las necesidades de su cliente. Lo que comenzó con un producto basado en puré de guineo verde, se ha expandido a otras categorías, como los bowls costeños, pensados para un público que busca algo rápido y delicioso para el almuerzo, y la línea de comida rápida, liderada por el desgranado al mejor estilo de la Costa, o la línea de fritos costeños, destacando la empanada de cayeye, una creación de la marca nacida en plena pandemia.
A pesar de los avances, Mario reconoce que el camino no ha sido fácil y que sigue siendo un proceso de aprendizaje constante. «Cada día tengo que luchar contra mis propios miedos y dudas, pero lo importante es que ahora tengo las herramientas para hacerlo», comenta.
A lo largo de este proceso, ha aprendido lecciones valiosas sobre la importancia de la introspección y de escuchar tanto a los demás como a uno mismo. «Mi empresa es un reflejo de lo que soy como persona. Si yo no estoy bien, la empresa no lo estará», dice.
Hoy, con un futuro prometedor, con una marca en crecimiento, y con la motivación del nacimiento de su primer bebé (o baby cayeye). Mario mira hacia adelante más inspirado que nunca y con una visión clara: seguir creciendo, seguir escuchando a sus clientes y, lo más importante, seguir aprendiendo de cada paso que da.
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