Al frente del restaurante Bah Bah está Juan Felipe Hincapié, un joven cocinero que se retiró de estudiar Comunicación Social y ha contruido un restaurante con alma, identidad local y escucha activa.
Cuando era universitario, su menú cotidiano se basaba en arroz con huevo, arroz con atún o, a lo sumo, un sándwich. Juan Felipe Hincapié creció en un hogar rodeado de mujeres, cuatro exactamente. Fueron su familia y también sus pilares. Pero nadie —ni él mismo— pensó que algún día se dedicaría a la cocina.
“No cocinaba nada. Nadie de mi familia esperaba que yo fuera a cocinar algún día en la vida”, confiesa. “Yo llegaba y comía lo mismo de siempre. Era pura supervivencia”, recuerda.
Sin embargo, la vida tiene su propia manera de guisar las cosas. La historia de amor entre Juan Felipe Hincapié y la restauración empezó con una curiosidad silenciosa mientras estudiaba Comunicación Social y Periodismo. En aquel entonces, vivía en Chía y encontró su primer trabajo en un restaurante local.
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“Me gustaba mucho el tema del servicio, cómo se atendía la gente, la cocina, el boleo, que esto, que lo otro”, recuerda. El ambiente lo atrapó. Con el tiempo, la inquietud por lo que ocurría al otro lado del salón creció y un día se atrevió a pedir entrar a la cocina. “El chef me dijo que sí, que le diera. Me metí como cocinero y ahí empezó todo”, cuenta. Descubrió el gusto por el oficio, el ritmo, la precisión.
Abandonó entonces el camino del periodismo y decidió estudiar gastronomía en el Instituto Mariano Moreno. Fue en una panadería de desayunos donde se enamoró de la pastelería, paso decisivo que luego lo llevaría a trabajar en varias cocinas, como Andrés Carne de Res y, años más adelante, un viaje lo cambió todo.
Juan Felipe dio el salto y salió del país. Su destino: Estados Unidos. Allí tuvo la oportunidad de trabajar en el prestigioso restaurante ElCielo, en Washington, justo en la época en que obtuvo su estrella Michelin. “Me enseñaron un montón. Aprendí de Juan Manuel Barrientos la disciplina, la rigurosidad, el orden. Su mentoría me marcó”.
Allí también aprendió técnicas de vanguardia, se enamoró del insumo colombiano, pero también reafirmó una convicción: la cocina debía tener alma, identidad y propósito.
Bah Bah: una cocina honesta y sin disfraces
Al regresar a Colombia, los puntos se conectaron. Bah Bah llegó como una oportunidad para poner en práctica todo lo aprendido. Se unió a la sociedad y asumió como chef ejecutivo, rol desde el cual le dio un viraje a la propuesta gastronómica del lugar.
Más que otro restaurante de cocina árabe, lo concibió como un punto de encuentro donde confluyen los saberes, los sabores y las historias. Desde entonces, el lugar ha ganado reconocimiento por su propuesta con identidad local y su vínculo con pequeños productores.
Cada plato de la carta tiene algo que contar. Algunos están inspirados en sus raíces familiares y otros en la tradición culinaria de Medio Oriente, una región que lo inspira tanto por su técnica como por su sentido colectivo de la mesa.
“Me gusta cocinar desde el detalle, desde el respeto. Nuestro hummus, por ejemplo, tiene maíz, tiene germinados, tiene pan árabe. Lo pensamos para compartir, para sumergir y conversar.”
El rack de cordero, por su parte, habla de esa conexión entre técnica y emoción. Adobado con sal de flor de Jamaica y cocido al vacío durante horas, llega a la mesa sobre una parrilla caliente, acompañado de tres salsas distintas. “Me gusta que la gente lo coma con las manos, que viva la experiencia sin miedo a ensuciarse los dedos. Así se disfruta la comida de forma cercana y divertida.”

Un restaurante que escucha
Bah Bah no solo propone una cocina con raíces. También se construye con la voz de quienes lo habitan. Su carta es colaborativa: los meseros, los cocineros, incluso los clientes, tienen voz y voto en las ideas que se convierten en platos. “Una de las cosas más lindas que hacemos es pensar la carta entre todos. Hacemos pruebas, catamos, discutimos. Me interesa más la conversación que la jerarquía.”
Juan Felipe no quiere reproducir el modelo de cocina vertical que predomina en muchos restaurantes. En su equipo, la participación no es un lujo, es una práctica. “Aquí los chicos proponen, cocinan, se equivocan. Aprendemos juntos. Nadie grita en esta cocina, y nadie se siente menos por ser nuevo o por lavar platos. Todos somos parte del proceso.”
A su vez, la conexión con los productores locales es otra de las columnas de Bah Bah. A Hincapié le gusta saber de dónde viene cada ingrediente, quién lo cultivó, qué historia hay detrás de cada cosecha. “Tengo amigos que son campesinos, que producen lo que cocinamos. Saber eso me cambia la manera de trabajar. Cocino con otra conciencia.”
Por eso evita los atajos. No trabaja con productos congelados ni industrializados. Prefiere esperar a que haya cosecha, adaptar el menú a la temporada, negociar directamente con los agricultores, ir personalmente a la plaza de mercado. “Hay veces que no tenemos algo porque simplemente no se ha dado. Pero eso hace parte del respeto por el ingrediente.”
Con esa apuesta no solo ha mejorado el sabor de sus preparaciones, también ha logrado fortalecer un ecosistema. Bah Bah
Cocinar desde la emoción
Para Juan Felipe, la cocina no es solo técnica, es también memoria y emoción. Muchos de sus platos están inspirados en momentos personales, en afectos, en descubrimientos. “Un día me di cuenta de que cocinar era una forma de querer. Y eso se me volvió una filosofía.”
Le gusta pensar que cada preparación es una carta sin palabras, una manera de decir “aquí estoy” o “te veo” a quienes se sientan en su mesa. “Yo no quiero solo que digan que está rico. Quiero que recuerden lo que comieron, cómo se sintieron, con quién estaban. Que se vayan con algo más que un sabor.”
Un fogón con propósito
Hoy, Bah Bah es es un laboratorio de ideas, una cocina abierta al diálogo, un homenaje a los sabores de siempre con un lenguaje nuevo. La trayectoria de Juan Felipe es testimonio de que no siempre se nace cocinero, pero sí se puede convertir la cocina en un camino de vida.
Desde aquel arroz con huevo hasta un menú colaborativo que conversa con el territorio, su historia muestra que emprender en gastronomía también es un acto de amor y conciencia. Porque cuando se cocina con propósito, cada plato cuenta una historia. Y esa historia, cuando es honesta, siempre encuentra quien quiera escucharla.
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