Falsos profetas culinarios

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Por: Lorenzo Villegas | @lavillegar

Algunos posan hoy de profetas, pitonisas que se anticiparon a lo que sucedería, descubrieron que la sal, sala. ¡Qué consecuentes! ¡sesudos! ¡sensatos!

Leo en los comentarios de los que leen las columnas donde los sabiondos aducen que el acto de comer en restaurante es la forma como la clase media demuestra que puede hacerlo.

Nada más traído de los cabellos que esa afirmación, porque de ser cierta, no disfrutaríamos de una cena porque queramos cambiar el menú hogareño, porque deseemos celebrar, porque queramos conocer otros sabores o porque se encuentra satisfacción en encontrar nuevos lugares y colmar el gusto sibarita, sino porque quiero demostrar que puedo. ¡Pamplinas!

Los adivinos dibujan en el aire una burbuja en la que vivían los restauradores en zonas de turismo y culpan a los turistas de inflar esa burbuja. ¡Ahora salgan a vender sus platos de 200 dólares al público local! increpan a los restauradores, como cura en púlpito. ¡Pamplinas de nuevo!

Ni los restauradores ni los comensales somos culpables de ninguna burbuja imaginaria y muchos menos de un encierro forzado que tiene en vilo a las compañías de producción más grandes de Latinoamérica, aerolíneas a punto de colapsar, sistemas de transporte urbano que no ven solución a su negocio en los próximos meses y por supuesto, restaurantes y bares que dependen de dos o tres momentos en el día para mover la registradora o de apenas seis horas nocturnas durante el fin de semana, en el caso de los lugares de entretenimiento nocturno.

No, los restaurantes viven al día porque el sistema de negocios de estos entramados así funciona, porque no son ni fiduciarias ni bancos ni venta de propiedad raíz, no pueden acaparar, no pueden comprar mariscos económicos para guardar y vender un mes después al doble.

Cuando varios restaurantes pertenecen a un mismo dueño, en realidad son de un grupo de inversionistas que se tienen que aliar para ofrecer otras alternativas a la clientela, que, como sabemos, exige y quiere cambiar de lugar para cenar, pero los nuevos espacios tienen la misma estructura de negocio del primero que se abrió y en cuanto a la característica de estar en una zona turística valdría decir que también restaurantes en zonas de clientes locales están en la misma situación de crisis porque el problema, repito, es que un cierre de dos meses y la posibilidad de atender en el futuro solo en un 30% de la capacidad para cuidar las normas de bioseguridad, no facilitan la viabilidad en este sector.

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Puede ser que los restaurantes que sobrevivan a esta sequía deban cambiar su modelo de negocio, implementar mayores ventas a domicilio, implementar cartas para que la gente pida por teléfono y pase a recoger, vender en la puerta en empaques que posibiliten yantar en un butaco del parque o de pie bajo un árbol, como se veía de hecho a muchos comensales en el DF, Milán o Nueva York y que ya era una costumbre asimilada.

Con tal de comer algo bueno a bajo precio, las personas están dispuestas a recoger su pedido y buscar los escalones más cercanos. Entonces que esta sea la posibilidad de reducir costos y precios y de formar una nueva clientela.

Para terminar, porque me fatigan estos pseudo médicos brujos de la cocina, digo esto, los restaurantes no aparecieron porque surgieron las clases medias, los restaurantes fueron fondas de paso, sitios de descanso en la travesía y fueron los viajeros, turistas hoy en día a quienes satanizan los brillantes críticos, los que les dieron sentido a las estancias para detenerse a comer, por hambre, por necesidad o por gusto.

Criticar es muy fácil y hacerse pasar por médico brujo, sí que cierto.

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